Mi novia tenía que irse fuera por trabajo y yo no podía irme con ella por el mismo motivo, así que pasaría solo todo el mes de junio y parte del de julio, hasta que ambos empezásemos nuestras esperadas vacaciones de verano.
Mi prima Irene acababa de terminar la carrera y me llamó para hacerme una visita y celebrar su nuevo título conmigo; le dije mi situación y la invité a venir el tiempo que quisiera, dijo que sólo podía quedarse un fin de semana porque el resto del verano lo iba a pasar de un lado para otro con su nuevo novio. Extendí la invitación para conocerle, pero me dijo que esa ocasión era para juntarnos nosotros, ya le conocería en otro momento.
Siempre hemos tenido una relación muy cercana, a pesar de que nos separasen 400Km. En cuanto tuvimos edad para viajar sin ir acompañados de nuestros padres, buscábamos todas las ocasiones posibles para pasar unos días juntos, teníamos mucho peligro cuando salíamos de fiesta. Más que una prima, era mi hermana y mi mejor amiga.
Llegó el viernes y con él, nuestro reencuentro. Por mis problemas laborales y los suyos de estudios, casi llevábamos 2 años sin vernos, así que éste era un momento muy esperado…
Nos abrazamos como si no hubiera un mañana, mi pequeña (nos separan 5 años) ya era oficialmente una universitaria con carrera acabada y nos esperaba un fin de semana de fiesta continua para celebrar el reencuentro y su esperado título.
Lo primero que hicimos fue ir a casa a dejar su maleta; como venía muy cansada porque había estado todo el día ocupada con papeleos de viajes y cosas personales, decidimos dejar el sábado como plato fuerte y pasar la noche del viernes en casa, poniéndonos al día de todo.
Pedimos unas pizzas y saqué unas cervezas de la nevera, fue una cena llena de risas con las últimas novedades y anécdotas de la gente del pueblo y el resto de la familia, estaba deseando que llegasen mis vacaciones para poder ir a verlos a todos.
Después de la cena atacamos el mueble-bar y preparé unas palomitas para una sesión de cine freak, a ambos nos ha gustado siempre el mundo de los superhéroes y teníamos pendiente una maratón de cine Marvel, desde hacía mucho tiempo.
Como su cama iba a ser el sofá, decidimos prepararlo y así estar más cómodos; ella se acurrucó entre mis brazos, pusimos la fuente de palomitas al alcance de ambos y, entre películas, fue transcurriendo la primera noche... nos quedamos dormidos a la tercera película de la lista de reproducción, creo que era la segunda entrega de Iron Man…
Como Irene conocía la ciudad porque había estado en infinidad de ocasiones, el sábado pasamos de visitas turísticas y nos centramos en lo importante: los bares.
Nos pateamos la ciudad sin descanso, le estuve enseñando algunos de los rincones que había descubierto gracias a Jorge, Sandra, Ana y demás personas que había conocido en mi cruzada sexual, de la que hablo en otros relatos y de la que ella, como mejor amiga y confidente, estaba completamente al corriente y respetaba, aunque siempre me decía que no se veía capaz de abrir su mente de esa manera.
Después de comer quise llevarla a la cafetería de Jorge porque en visitas anteriores no nos había sido posible ir; allí estaba él, al que pillamos de casualidad porque tenía que irse y habían llegado los camareros del turno de tarde. Me dijo que se había quedado un rato más porque le hacía ilusión verme y conocer a Irene. Apenas estuvo unos minutos con nosotros, pero nos propuso quedar cuando terminara sus asuntos y, si a mi prima no le importaba, llevarnos a unos cuantos sitios que él conocía para celebrar su título; por supuesto, ella encantada. Jorge me preguntó cuándo iba a volver mi novia y le dije que estaría unas semanas fuera, que apenas hacía 3 días de su marcha y ya la echaba de menos.
La tarde la pasamos entre cafés y buena merienda, me cuidaban muy bien allí; Irene se interesó en mi historia con Jorge y le hice un resumen rápido, no era el momento para entrar en detalles sexuales. Le conté que era gracias a Ana que le había conocido y que, gracias a él, Sandra había llegado a mi vida, así que ese momento en que decidí abrir mi mente había resultado ser el responsable de todas esas cosas buenas que había descubierto.
Por la noche se nos unió Jorge y la fiesta fue impresionante… Irene alucinaba, le había contado todas las historias de lo que suponía salir con él de fiesta y tuvo que admitir que siempre había creído que yo exageraba.
Todo iba de maravilla hasta que Irene recibió una llamada y le cambió la cara; ya no tenía ganas de nada, ese mensaje le había quitado las ganas de fiesta y hasta Jorge se dio cuenta, así que me dijo que igual era mejor dejar el plan para otro día… cogí a mi prima y nos fuimos para mi casa, le dije que era urgente tener una noche de primos, algo que hacía tiempo que no teníamos.
Al llegar a casa, preparé el sofá y coloqué bebida y picoteo cerca, nuestras noches de primos podían durar horas; ella rompió a llorar y me dijo que había descubierto que su nuevo novio había tardado muy poco en lanzarse a otros brazos. Nos pusimos una copa y la abracé, yo también había pasado por eso y sabía exactamente cómo se sentía.
Le dije que no le diera importancia, que había mucho imbécil suelto y que él no sabía lo que ella valía. Irene me sonreía, me decía que yo siempre había cuidado de ella y que la miraba con buenos ojos, a lo que yo contesté que ella era mi pequeña, que lo era todo para mí y que la quería con todo mi ser. Se acurrucó entre mis brazos y se secó las lágrimas con mi camiseta, yo no paraba de acariciarle el pelo y darle besos para que se calmase.
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Le dije que una noche de primos era un ritual sagrado y que tenía algo que no usaba desde la última vez; fui a mi habitación y saqué una pequeña bolsita con un poco de marihuana, algo que ninguno fumábamos desde hacía más de 2 años, pero que en nuestros encuentros sacábamos para fumarnos uno o dos y recordar viejos tiempos.
Con una botella de su whisky favorito y los 3 porros que sacamos de esa mínima cantidad de maría, nos fuimos relajando y me estuvo hablando de que siempre había tenido mala suerte con los hombres; la atraje hacia mí y volví a rodearla con mis brazos, ella apoyó su espalda contra mi pecho y compartimos el segundo de los 3 porros, abrazados, mientras le decía que su problema era la falta de filtros a la hora de liarse con chicos. Era una mujer maravillosa, simpática, divertida, amable... un bombón que no todos sabían desenvolver y degustar.
Ella empezó a sonreír y se giró para darme un beso en el instante en que yo le iba a dar uno en su mejilla, así que nuestros labios se rozaron; no era la primera vez que nos dábamos un pico, de echo era una forma habitual de saludarnos, pero aquel beso fue diferente.
Nos miramos, me sonrió y me dijo que había un hombre que siempre la había querido tal y como era y ella siempre le había amado en secreto, con miedo a dar el paso porque era un amor imposible. Como era de esperar, me interesé en esa historia porque nunca me había confesado la existencia de alguien así en su vida y me empezó a contar momentos de su historia con él, hasta que dio unos datos que me descubrieron su identidad.
Supuse que se trataba solamente de confusión y abordé el tema con tranquilidad y normalidad, hablando en tercera persona (como si fuera otro); ella me decía que yo era el único que siempre había visto en ella algo bueno, que nadie la veía como yo, a lo que contesté que mis ojos eran míos y que los cedería gustoso a quien lo mereciera, para que pudiera ver en ella la mujer tan maravillosa que yo veía cuando la miraba. Se sonrojó.
De mutuo y silencioso acuerdo, no quisimos estropear el momento y nos quedamos en silencio, abrazados, fumándonos el último de los porros…
Creyendo que se estaba quedando dormida, hice amago de acostarla y me agarró con fuerza, pidiéndome que no la dejara sola; agarró mis manos y las llevó a su abultado pecho, giró su cabeza y pude ver que seguía llorando. Le dije que solo iba a por más hielo, en 5 minutos volvía a estar con ella.
Repuse existencias y volví a su lado; ella empezó a recordar algunos de nuestros momentos más íntimos, como cuando dormíamos juntos en las visitas con mis tíos a casa de mis padres; me recordó que, una de las veces, me enseñó que había descubierto lo placentero que era acariciarse y que como había confianza, se había desnudado y tocado en mi presencia; yo no me acordaba de eso, hasta que me dijo que insistió para que yo le dijera si a mí también me gustaba sentir las caricias. Era un recuerdo bloqueado en mi memoria, de repente me di cuenta de que aquella niña de apenas 8 años había intentado que me desnudara con ella, cuando a mis 13, ya sabía perfectamente lo que era la masturbación. Le dije que había sido la primera chica con la que me había desnudado, siendo consciente de lo que estaba haciendo (sólo éramos unos críos y no habíamos hecho nada malo, solo quitarnos la ropa para ver las diferencias entre nuestros cuerpos), siendo también la primera vez que una chica se masturbaba en mi presencia… luego me dijo que no sabía que eso era masturbarse, que lo descubriría unos años más tarde. Le pregunté si en aquella época le gustaba y me dijo que sí, que yo era como un semidiós para ella, su primo de Zumosol, en alusión a una famosa campaña publicitaria de aquellos años.
Aquella imagen subió la temperatura de mi cuerpo; en aquella época éramos unos niños, pero no pude evitar imaginarme, mientras ella pegaba aún más su cuerpo al mío, la de cambios que habría tenido ese cuerpo y cómo se vería ese desnudo en ese momento en el que estábamos.
Me sorprendí fantaseando con revivir aquello, algo en mí no estaba funcionando correctamente e Irene se había dado cuenta, girándose para decirme que siempre había visto algo entre nosotros, por mucho que nos empeñásemos en negarlo; me dijo que, a mis 13 años, yo ya sabía lo que era la masturbación y no dudé en ver el espectáculo, además de desnudarme para ella. Me dijo que, si cerraba los ojos, podía revivir aquel momento, ella disfrutando de esas caricias recién descubiertas y mirando cómo su primo se empalmaba y no quitaba ojo de su pubis.
Le dije que estaba mal, que no podíamos tener esa conversación y que por aquel entonces éramos solo unos críos, a lo que ella respondió incorporándose y retándome a aguantar aquello de nuevo. Parecía de nuevo la niña mimada que había sido de pequeña.
Sin mediar palabra, dejó caer la falda y las bragas al suelo, enseñándome aquella vulva rasurada y adulta; le dije que se tapara y terminó de desnudarse, mostrándome un cuerpo perfecto y trabajado en gimnasio, se sentó en el colchón y empezó a masturbarse para mí, que no sabía dónde meterme y la falta de sexo diario hacía que mis sentidos estuvieran puestos en aquella chica de 22 años que no dejaba de tocarse.
Quise levantarme para irme a la habitación, supuse que todo era debido al alcohol y a las drogas, pero Irene era perfectamente consciente de lo que estaba haciendo y me cerró el paso, abrazándome y llorando, preguntándome si no me parecía atractiva; la rodeé con mis brazos y le dije que por supuesto que era atractiva y que, en otras circunstancias, habría sido yo quien la habría desnudado… grave error, eso le dio esperanzas y se lanzó a mis labios, pillándome desprevenido y demostrándome una gran destreza con su lengua. Pegó su cuerpo al mío y noté avergonzado cómo descubría la tremenda erección que intentaba disimular con mi marcha; me sonrió y me dijo que aquel yo de 13 años seguía presente y me bajó los pantalones y calzoncillos sin pensarlo, haciendo gala de una fuerza descomunal, ya que no pude evitárselo.
Luego volvió a incorporarse para pegarse a mí y pude sentir aquel calor vaginal en mi duro glande, aquello era una tortura y estaba empezando a ceder a sus exigencias… volvió a besarme y una de sus manos acarició mi pene, provocando que terminara de rendirme a lo evidente, quitándome la ropa y diciéndole que en aquella ocasión no había habido ningún beso, tan sólo nos habíamos desnudado y ella me había enseñado cómo se acariciaba.
Irene me regaló una sonrisa y me hizo sentarme en una esquina del sofá-cama, para sentarse ella frente a mí, con las piernas bien abiertas y su mirada clavada en mis ojos.
Empezó a acariciarse el pubis sin dejar de mirarme, sonriéndome con cara lujuriosa, abarcando con su mano izquierda toda la extensión de sus labios mayores; sus dedos índice y anular separaban los labios para que el dedo corazón pudiera explorar los labios menores y encontrar el clítoris, el cual le provocaba pequeños escalofríos de placer al tacto. No tardó en introducirse el primer dedo, mientras se recostaba ligeramente y su mano derecha jugaba ya con su pecho del mismo lado, acariciándolo, pellizcándose el pezón, mientras yo sentía que mi corazón se me iba a salir del pecho.
Quise empezar a tocarme yo también y ella me lo prohibió con la mirada, diciéndome que primero le tocaba a ella y luego ya veríamos; no podía creerme que Irene fuera así, no podía creerme que mi propia prima se estuviera masturbando para mí y tuviera intención de acostarse conmigo, pero por otro lado, me tenía completamente hipnotizado y no era capaz de apartar la mirada de aquella mujer que estaba teniendo un orgasmo, mientras yo tenía esos sentimientos enfrentados en mi cabeza.
Irene alcanzó su orgasmo y me reconoció que desde aquel día había estado masturbándose con la idea de volver a vivir el momento; reconoció también que no podía compararse la fantasía con la realidad y se acercó a mí, cual felino que busca a su presa…
Yo tuve un último intento de arrepentimiento y quise escaparme, pero me inmovilizó y, al quedar sobre mi cuerpo y estar desnudos los dos, la penetré accidentalmente y sentí aquella ola de calor, volviendo a rendirme ante la evidencia de que una parte de mi ser se sentía fuertemente atraída por Irene.
Ella se movió durante unos segundos, me cabalgó hasta que dejé de hacer fuerza y fue entonces cuando decidió parar la penetración, diciéndome que llevaba toda su vida esperando ese momento y no iba a dejar que un calentón provocara que terminase antes de tiempo.
Finalmente acepté la situación y me dejé llevar por Irene, que sabía perfectamente qué era lo que quería de mí… y cómo lo quería…
Se tumbó a mi lado y me besó con ternura, mientras me decía una y otra vez que siempre había sido yo a quien quería, pero que nunca había sido posible porque la familia no iba a permitir que hubiera un nosotros. Yo, aunque aceptando lo que estaba ocurriendo, le decía que lo nuestro estaba mal y que aquella noche de desnudos me pudo la curiosidad, que nos masturbamos el uno frente al otro porque no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero lo que estaba ocurriendo en ese momento era algo completamente diferente… ella me calló con más besos.
Mientras exploraba mi cuello con su lengua, colocó su cuerpo sobre el mío y empezó a moverse lentamente, restregando sus pezones por mi pecho, posando su rosado pubis sobre mi erecto miembro.
Como si fuera una experta en el mapa de mi cuerpo, fue encontrando todas y cada una de mis zonas erógenas, acelerando mi respiración e impidiendo que pudiera seguir argumentando.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando sentí el calor de su aliento entrar en contacto con mi glande, el cual rodeó con sus labios mientras me miraba fijamente…
Su mano derecha rodeaba todo el tronco de mi falo y lo guiaba a sus fauces; ella lamía y succionaba, mordisqueaba y masturbaba mi pene con una dulzura y sensualidad tales que no pude evitar llevar mis manos hasta su melena y manejar aquella felación como si me estuviera masturbando con alguno de mis juguetes.
Después de sacarle brillo a mi herramienta, Irene se acercó a mi oído y me preguntó si la quería, pregunta a la cual yo respondí que más que a mi propia vida. No estaba mintiendo, pero ella lo interpretó de otra manera y con una lágrima en sus ojos, me volvió a besar.
Le dije que yo también sabía hacer cositas y se puso de rodillas sobre mi boca, ofreciéndome aquel manjar que era su vulva depilada y chorreante; yo también lamí, succioné y mordisqueé su sexo, lo penetré con mi lengua, mientras ella separaba sus labios vaginales con las manos para facilitarme la tarea y me indicaba su nivel de placer con gemidos y suspiros. Hice lo que mejor se me da y ella me lo agradeció con un pequeño orgasmo cuyos flujos acabaron en mi boca y mi barbilla; Irene los recogió con la lengua y volvimos a besarnos.
Después de su sexo me dio sus pechos para que jugase con sus ya erectos pezones y me empleé a fondo, todo lo que pude, mientras duró el momento. Me tenía a su merced, ella mandaba y yo obedecía.
A veces me preguntaba si había disfrutado con Jorge y no supe a qué se refería, hasta que uno de sus dedos entró por mi ano sin compasión alguna y sin lubricación, buscando aquel punto que hacía estremecer mi cuerpo; no lo encontró porque el único que sabía localizarlo era él, pero despertó sensaciones igualmente.
Dejándome llevar por la situación, me las arreglé para ponerme encima y ella alzó y separó sus piernas, en señal de sumisión; succioné su clítoris con mi lengua y llegué a introducirle hasta tres de los dedos de mi mano izquierda, mientras el índice de la derecha jugueteaba con el agujero de su ano.
Luego subí con mi lengua por su cuerpo, deteniéndome en el piercing de su ombligo para jugar con él unos segundos y continuar mi camino ascendente hasta sus pechos, donde hice otra parada para mordisquear esos pezones que me volvían loco. Irene tenía corazón y respiración acelerados, tiraba de mi cabeza hacia su boca, al tiempo que intentaba aprisionarme con sus piernas para iniciar la penetración… la estaba volviendo loca de placer y me gustaba, quería marcar los ritmos y ahora era yo quien mandaba.
Sus jadeos fueron acallados con un beso apasionado y un grito ahogado salió de su garganta cuando nuestros cuerpos se fusionaron; sentí el inmenso calor de sus entrañas en mi glande e inicié un ritmo ascendente de penetración en esa postura del misionero, mientras ella luchaba por ser la que llevase la iniciativa… era divertido ver cómo ahora le tocaba acatar órdenes, cuando siempre había sido ella la que mandaba.
Marcaba un ritmo y profundidad irregulares para hacerla rabiar y poder sorprenderla con una penetración profunda cuando menos lo esperase; la jugada fue un éxito y cada poco tiempo notaba cómo se le cortaba la respiración y sus músculos vaginales presionaban a mi pene, los orgasmos venían uno tras otro e Irene lo estaba gozando como una perra… yo ya no me sentía culpable por lo que estaba haciendo, incluso me había olvidado de que tenía una relación seria con otra mujer.
Algo que mi prima había olvidado es que una vez me dijo que un novio suyo había descubierto en ella un punto MUY erógeno en sus pies, el cual me enseñó, ya que no teníamos secretos. Mientras me encontraba penetrándola en posición de misionero, me incorporé un poco y sus piernas dejaron de aprisionarme por la espalda para acabar levantadas y posadas sobre mis hombros; aproveché ese momento para intentar recordar el punto exacto y me dediqué a masajearlo y lamerlo en ambos pies, sacando mi pene en el momento exacto en que iba a tener su siguiente orgasmo y deleitándome con aquellos espasmos que le daban y esa explosión de líquidos que salió de su interior.
Ella me insultó por no haber avisado y luego se me echó encima, cabalgando sobre mí hasta que no pude más y todo el semen acumulado durante una semana sin sexo salió de mi cuerpo, aún en contacto con el suyo, provocándole un último orgasmo con el que tuvo un ligero desmayo y cayó sobre mi pecho…
Cuando recobró la consciencia, a duras penas se “desmontó” de mí y pudimos ver cómo mi semen resbalaba por sus muslos; recogió las primeras gotas con sus dedos y lo probó.
Acto seguido me dio un beso en los labios y se tumbó a mi lado, nos quedamos mirando al techo y fue entonces cuando vinieron los remordimientos…
Le dije que aquello no podía repetirse y ella me calló con más besos, diciéndome que éramos adultos y como tal, éramos libres de elegir nuestro camino. Me dijo que me había amado toda la vida y que en ese momento era la mujer más feliz del planeta, mientras yo no podía dejar de pensar en cómo explicarle a mi novia que le había sido infiel… con mi propia prima, alguien a quien ella consideraba familia suya.
Irene me dijo que en alguna ocasión habían tenido esa conversación porque también tenían sus secretillos y ella le había dicho que si alguna vez le era infiel, que al menos fuera con ella… yo me lo creí, pero le dije que esas cosas se solían decir sin hablar en sentido literal.
Irene volvió a besarme, se abrazó a mí y me dijo que se quedaría unos días más, para que ninguno de los dos se sintiera solo; yo no supe decirle que no, había tenido mi polvo más salvaje en mucho tiempo y empezaba a aceptar que una parte de mí correspondía ese amor ella sentía.
Le devolví el beso, nos abrazamos estilo cucharita y nos reímos cuando vi que aún le daban espasmos al juntar las piernas. Le dije que la quería y no tardamos en quedarnos dormidos, entre besos y caricias.